martes, 13 de mayo de 2014

Blue Velvet

La conocí en febrero. Eran las 7 pm y, a pesar del calor, estaba en terno. Me dirigía al hotel Marriot para un homenaje que le harían a uno de los mejores periodistas de la historia en este país. En esas épocas escuchaba mucho a Tony Bennet, y mientras conducía cantaba junto a el “Blue Velvet” (vestido azul). 
Una vez llegado al hotel, deje mi auto en el valet parking y me dirigí al ascensor. Miré la invitación: “Salón Bolivar, piso 3”, ya sabía, por lo menos, a que piso debía ir. Al salir del ascensor me encontré con una señorita que me guió al salón de eventos: “Aquí es, bienvenido”.  
Una vez dentro, entre saludos y saludos a personas conocidas, amigos entre otras personas que me fueron presentando la vi. Sentada, al lado de su hermana menor (supuse en el momento por el gran parentesco), estaba con un vestido azul, imponente antes mis ojos que por obligación debían perderse para saludar. Sin embargo, a pesar de la gran separación (ella en una esquina, yo en otra) mi vista la trataba de seguir siempre. Debía verla desde sonreír hasta bostezar, simplemente debía verla.
Una vez finalizado el homenaje, con ese valor que solo los marineros tienen para adentrarse en altamar fui a hablarle. No sabía que decir, temía que mis ojos recorran su cuerpo y ella pensase mal. Tenía miedo de todo en ese momento. Pero la hora pasaba y de aseguro ella tendría que irse. 
Con valor fui y me presenté: “Buenas noches, soy Marcos Birman, me pareces conocida. ¿Donde nos hemos visto?”. Parece que este truco ya se lo hicieron varias veces, puesto que ella solo sonrío y me dijo: “No nos conocemos y nunca nos vimos, con permiso, debo seguir”. No pude despedirme de ella. Mi frustración, grande, me obligo a salir del homenaje e irme a mi hogar. Sí, creí todo había acabo ahí.

No negaré que pensé en ella semanas, meses y hasta hoy, después de todo lo vivido:
Lugo de dos semanas del homenaje tenía la gran necesidad de verla de nuevo, pero ni siquiera sabía su nombre, eso hacía algo imposible el volverla a ver. Por suerte tenía un gran dato: Ella era la sobrina de un gran periodista, quien trabajaba con mi padre. Aproveche este dato para pedir uno de esos favores que pueden valer hasta la vida y después de larga insistencia, mi padre accedió a preguntar como se llamaban sus hijos (para hacer un poco de conversa) y luego sus sobrinas. Por lo menos ya sé que ella se llama Lisa. 
Ahora era necesario buscar a alguien que la conozca. Hay cosas que uno nunca entenderá y lo que pasó a continuación es uno de esos milagros inexplicables. En la universidad, hablando con una amiga, le conté de Lisa y como ella y su vestido azul me conquistaron en simples segundos. Ella saltó y me pregunto: “¿Lisa?, ¿No es sobrina de un periodista?” . Yo asentí con la cabeza y mi amiga, entre risas, me comentó: “Es, bueno, era mi compañera de clases”. No pude procesar esa información en ese momento. Demoré un poco en entender la situación, al fin era posible que la vuelva a ver. 
El tiempo y mi amiga se encargaron de unirnos de nuevo. Primero en una fiesta con varias personas en la qué, realmente, no pude hablar con ella y luego personalmente. La típica, ellas salen a tomar un café y aparezco de un momento a otro. Ese plan, aunque no se puede creer, funciono. Me aparecí, mi amigo nos presentó y esta vez fue ella, Lisa, quien dijo: “Nos conocemos de algún lado, pero no recuerdo”. En ese momento le dije, igual que ella el día que la vi por primera vez, que eso no era verdad. 
Con el tiempo empezamos a salir, hablamos, por supuesto de dos meses luego del homenaje. Sin embargo, igual que como empezamos a salir, dejamos de vernos  y esto se empezó a hacer más y más frecuente (no quiero dar detalles por el dolor aún interno). Yo llevo una vida agitada, trabajo y estudio, no podía dedicar todo mi tiempo a ella por más que quisiese. Y ella, bueno, ella simplemente quería dejar de verme. 
Nunca nos hemos despedido formalmente, quizá, como la primera vez, ni siquiera me despedí. Pero aún así, todavía, cuando me recuesto en la cama o estoy en el auto y escucho a Tony Bennett cantar “Blue Velvet” no puedo evitar una sonrisa, un recuerdo y un pensamiento exigente que pide volver a verla. 
Habré conocido a muchas mujeres, varias me habrán gustado, pero ninguna me impacto tanto a primera vista como ella y su vestido azul. Esta vez realmente me enamore a primera vista. 

Aún la busco, en mis sueños, en mis escritos, en mi vida. Aún la veo con ese “Blue velvet”, en cada mañana dormida o en cada noche despierta.



Eduardo