domingo, 22 de septiembre de 2013

La chica L



Si supieras lo mucho que hubiera seguido dando si hubiéramos seguido estando, es la verdad, pero tu quisiste parar con esto.
 A ustedes lectores les deberé contar mi historia. Algunos dirán que es trágica, otros que es graciosa. Algunos suspirarán por saber que esto les pudo o les puede pasar. Otros sentirán compasión por mi, pero créanlo, no la necesito.

 Era mi primer día de clases en la universidad. No conocía a nadie más que a mi amigo desde el colegio Gabriel. Ella, que la llamaremos L, entro por la puerta.“¡Caray, que mujer!” Exclame para mi y Gabriel. 
  El tiempo se encargo de lo demás, fue cuestión primero de agregarla a Facebook, que por cierto tarde como veinte solicitudes para que ella me acepte ya que no me conocía aún, y luego conocerla. Me uní mucho a ella, era preciosa y estoy seguro que aún lo es. Hice nuevos amigos, que lindo era todo, ¡Que linda era ella!. 
  Recuerdo claramente aún esas veces en las que estábamos todo el grupo de amigos echados en uno de los jardines de la universidad, ella y yo agarrados de la mano, de una manera cariñosa pero que a su ves decía “aquí no pasa nada”.
    La chica L no se daba cuenta de que yo la quería como una más que amiga. Todos nuestros amigos se dieron cuenta, pero ella ni se inmutaba. Opte por la idea más cobarde que pude, opte por mandarle indirectas de varias maneras: canciones, vídeos, mensajes, etc.
   Habían días en los que solo quería verla y estar con ella, tal vez solos, tal vez con gente a nuestro alrededor, pero solo quería estar con ella. Uno de esos días, le agarre el brazo y le dije: “¿L, te gustaría hablar conmigo un rato?”, su respuesta fue un sí, así que nos fuimos a sentar a la pequeña cafetería de la universidad. Nuestra conversación estuvo interesante e intensa, a ella se le corrió una lagrima, a mi se me salía la compasión y el amor sin querer. Para la mitad de la conversación se me provoco fumar. Salimos a dar una vuelta y ahí le confesé mi amor indirectamente. Le dije varias veces la palabra besar, besarte. Le conté sobre mi respeto hacía el cuerpo femenino y mi necesidad mayor a hacer feliz a una persona, sacarle la sonrisa a tener sexo. Ella quedó, lo notaba en sus ojos, fascinada. 
   Trataba que la relación sea cada ves más cercana. Siempre la abrazaba. En las clases me sentaba junto a ella y hacía juegos con mis manos, molestándola solo para que ella me parara y así tener nuestras manos agarradas. Aún recuerdo como estaban sus uñas, pintadas con un estilo que creo que se llama “animal print” celeste con rayas negras. 
   Ya no estaba solo enamorado de ella, estaba enamorado de su suavidad, su ternura, su amor, su calidez, su alma, su... ¡Toda ella!. La sentía en en mi corazón, en mis momentos tristes y en los felices. La sentía... Sentía que estaba ahí, que me acompañaba a pesar de  no estar físicamente. 
   Llego la sabatina, una especie de noche cultural que organizan los alumnos de mi universidad, y ella, vestida de ninfa, aunque para mi de musa, enamorándome más y más. La veía y me perdía en su tierna mirada, en su suave baile y sus movimientos en el aire. 
   Así nuestra amistad fue creciendo y creciendo, salíamos a comer juntos, paseábamos, nos veíamos fuera de la universidad, etc. El problema era ahora decirle: “Me gustas”. Necesitaba algo que me aliente a ello y trataba de encontrar el momento. Una vez, despidiéndome de ella le di dos besos en ambas mejillas, sin querer rozamos labios y desde ese momento supe que la quería conmigo. Ahora la pregunta era: “¿Cuando le dirás que te gusta y la besaras de verdad?.
   Los días pasaban rápido, nuestra amistad seguía creciendo y por fin, por fin una oportunidad de besarla. Era un viernes, celebraríamos en casa de una amiga de la universidad que al fin terminaron los exámenes finales. Esa noche estuvimos muy apegados, llegamos juntos a la fiesta, bailamos, yo me iba y ella me jalaba para volver y viceversa. Fue en un momento que empezó a sonar “Panameña” de Hector Lavoe, estábamos bailando, la miraba a los ojos y ella a los míos. Nuestra miradas se caían a los labios del otro y nos acercamos un poco más de lo que ya estábamos. “¿Te acuerdas cuando rozamos labios?” me pregunto ella. “¡Claro! ese fue uno de los mejores momentos de mi vida, un momento puro, real y sincero” le respondí. Sin darnos cuenta nuestros labios se tocaron de nuevo y nos besamos. 
   Esa misma noche le confesé mi amor. ¿Por qué ahí mismo si era nuestro primer beso?, porque sentía que debía hacerlo, me daba miedo, ciertamente, que ella se confundiese y se alejase de mi. A parte, quería que lo supiera de una vez, para mí eso era importantísimo. Le confesé todo en las escaleras de la casa de nuestra amiga, yo nervioso y un poco temeroso de que algo salga mal, le dije todo, ella me sorprendió con unas mágicas palabras que me dieron fe en todo: “¿Y tu crees que yo no siento nada por ti?” .Ahí acabo esa noche, lo demás es historia.
   Al día siguiente chateamos. Lo primero que le escribí fue: “Que nochecita ¿no?”, ella me respondió y hablamos por lo menos unos treinta minutos. Esa conversación, muy intima en nuestra relación se puede concluir en dos palabras: Despacio y prudencia. 
   Admito en este momento que fui un tarado, la palabra “despacio” me desespera. Yo quería estar con ella desde lo antes posible. Quería compartir con ella, estar con ella y lo más importante para mí: Amar con ella.
   Pasaron pocas semanas, unas tres o cuatro. En esas semanas salíamos, almorzábamos o cenábamos juntos, etc. Y fue la noche del 13 de julio, una de las noches más importantes en mi vida, por siempre, que le pedí para que seamos enamorados. Le escribí un poema, uno de los tantos, donde le hacía la difícil pregunta: ¿Te gustaría estar conmigo?. ¡Dijo que sí!, mi felicidad era máxima.
   Estuvimos juntos un mes y cuatro días. Conocí a sus amigas, no todas pero varias. Pasábamos tiempo juntos y felices. La amaba, ¡Sí! La amaba. 
   Esta chica L estaba metida en la pastoral, un grupo religioso de la universidad donde se hablaba, discutía, hacían misas, etc. Con la pastoral la chica L hizo un voluntariado a Huancayo, once días. Yo, todo amoroso con ella le escribí una carta por día, para que no me extrañe y me recuerde. Así es, nuestro primer y único mes la pasamos separados. 
   La esperaba ansioso, todos los días le rezaba a Dios su pronta llegada. No podía contar las horas ni los días, solo quería verla. 
   Para cuando regreso, parecía extraña, no me aviso que había llegado, me mantuvo preocupado todo el día. Recién a la mañana siguiente la pude localizar. Hablar con ella fue como hablar con Dios. Sin embargo esos días, luego de su regreso, se comportaba medio extraño. Admito mi error de ser un poco obsesionado, de seguirla y abrazarla y besarla en los momentos menos adecuados, admito mi error. Pero es que ella no se daba cuenta de cuanto la amaba, cuanto la deseaba y como la extrañe. Pero como debe ser, arruine todo. Me di cuenta que la empece a incomodar, ya casi, a dos semanas de su regreso, ni hablábamos, ni nos veíamos y menos nos besábamos. Yo estaba sumergido en mi propio llanto, en mi propio dolor. No podía creer esto, ¿Por qué?... ¿Por qué a mí me pasaba esto?. 
   Decidí una tarde buscarla y hablar con ella, poniéndole fin a esta situación que me mortificaba. Pero ella, la chica L, la chica de mi corazón, prefirió ponerle fin a nuestro amor. Según ella que tenía problemas personales, estaba estresada y mal. Yo le creí.
   Dejamos de ser enamorados para ser de nuevo amigos, amigos inseparables y cercanos. Aún salíamos agarrados de la mano, abrazados, etc. La invitaba a tomar de ves en cuando unas copas, comer, etc. Aunque realmente aún quería estar con ella. 
   Lo que ella no sabe es que a veces la miro y sonrío, pienso aún en ella, aún la cuido indirectamente, aún la busco en los momentos más difíciles para mi, ya que en ella guardo esperanzas. A veces la veo y por momentos la vuelvo a amar, porque negarlo si es la verdad. Aunque ciertamente, prefiero su amistad a su amor.
   El tiempo, el amor, la verdad, la mentira, el ser, etc. Me demostraron que nada dura para siempre, que lo que más se quiere a veces se pierde y que no importa lo que uno haga, no hay marcha atrás ante los errores garrafales. 
   La chica L sigue siendo hermosa, sigue volando como una mariposa, porque eso es ella, una mariposa libre y difícil de domar, una mariposa que nadie puede parar y que todos ante su belleza caen. 
   Solo me queda por decir: Gracias L, me has hecho muy feliz, a veces triste, pero eso no importa, porque al final de todo nunca dejas de sacarme una sonrisa, un suspiro y bueno, a veces entre dientes un: “¡Caray, que mujer tan hermosa!”. Y bueno, para finalizar este cuento de amor verdadero, diré, como el final de una canción de Queen llamada “It's a hard life”: lo hice todo por amor.

Eduardo

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