jueves, 23 de enero de 2014

Tango a la medianoche

Entró el detective Moe Spitz por la puerta del prostíbulo exactamente a la una y media de la madrugada, justo después del misterioso asesinato de un señor no identificado en la habitación número 105. Mientras Moe caminaba por el pasillo se asqueaba de ver a mujeres pidiendo sexo por unas cuantas monedas.
Una vez parado frente a la puerta de la habitación 105 dio un fuerte suspiro, abrió la puerta y empezó a toser. El humo del cigarro tapaba la visión. Lo poco que se veía eran colillas tiradas por el suelo, a simple vista unas treinta, pero contadas habían sesenta. Sonaba como música de fondo un tango argentino, tal vez de Gardel o tal vez de Julio Sosa. Cuando el humo se empezó a dispersar el detective notó un mano bañada en sangre al filo de la cama. Moe como nunca bajo la cara y puso una expresión de desagrado.
El detective estaba un poco extrañado, no entendía como pudo haber un asesinato en un burdel muy transitado y que nadie se haya percatado de esto más que otra prostituta, que al comunicarse con él y comentarle lo que vio en la habitación 105 fue a trabajar de nuevo.
Era hora de ponerse a trabajar e interrogar a todas las personas en el burdel. ¿Quien trabaja en la habitación 105? ¿A qué hora hay cambio de prostitutas? ¿Cuantas prostitutas trabajan en total? entre otras preguntas. No llego a ninguna conclusión. Al parecer la prostituta que trabajaba en la habitación 105 no se había presentado esa noche a trabajar. Moe trató de descubrir el nombre de la prostituta, pero se nota que las mujeres ahí solo trabajan y nada más, porque nadie se lo supo decir. El detective entonces trato de averiguar el nombre del señor que se hallo muerto en la habitación, nadie lo sabía, ni si quiera la mujer de la recepción.
-¿Qué acaso no piden documentos al entrar?- Pregunto Moe a la mujer de recepción.
-Si lo hacemos, pero al parecer el hombre siguió de largo- Le contesto la mujer.
-¿Siguió de largo? ¡¿Siguió de largo?! ¡Bah! ¡Patrañas, puras patrañas!- grito desesperado Moe al darse cuenta que no iba a encontrar nada que lo ayudase a resolver este extraño caso.
Sin embargo el detective era un apasionado a su labor, fue en contra de sus principios y entró nuevamente en la habitación 105 para ver el cadáver y tratar, de alguna manera imposible, identificarlo. El ambiente de la habitación era muy tétrico, una tenue luz de una vela roja en una esquina era todo lo que alumbraba el cuarto y el tango, que le ponía los pelos de punta, seguía sonando. El detective, nuevamente asqueado por el cuerpo encima de la cama, bañado en sangre, decidió revisarlo, sin importar cualquier evidencia. Empezó a revisar el cuerpo poco a poco, la cara del hombre asesinado estaba tapada por las sabanas. Moe trato de buscar heridas de bala o de algún cuchillo, pero fue inútil. No habían heridas de ningún tipo. Cuando el detective levanto la sábana para ver la cabeza del hombre salto del susto, vio, en plena oscuridad que el cadáver era él mismo. Manteniendo la calma decidió buscar la vela que se encontraba en la esquina del cuarto, acercarla a la cara del hombre que yacía en sangre y fijarse mejor. ¡Era él! ¡Era Moe!... El detective sin poder creer lo que veía, pálido, noto que en la pared se encontraba una frase escrita en sangre, la cual decía: "Fumar es un placer, genial y mortal".






Eduardo

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